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Nadie te ha de salvar, todas las cosas que debo saber, alguien que se parece a mí, todas las noches voy, todas las cosas que hay que entender, alguien como una imagen en un espejo empañado, un extraño en un asteroide extraño, tan aburrido en la orilla del río, no digas mi nombre, no grites en la oscuridad, o una caricatura, o un dibujo de una artista callejera, pagazas, fumareles y charranes van chillando hacia el final del mar,
bastante parecido pero ligeramente deformado, todas las noches vengo, vuelvo a mentir un poco más, una gota de semen sobre el brazo izquierdo de esta otra galaxia, algún alguien con mis gestos o un remedo de ellos, todo lo dijo la bruja en la cueva y la zorra en su madriguera, alguien que imita mi acento como un humorista televisivo, no demasiado bien pero con éxito, risas, ja ja ja! carcajadas del público que asiste en directo al plató,
qué hora es en el brazo izquierdo de mi galaxia? estos son días muy extraños en la fría cosmología, y en los evos, raras horas, alguien que usa ropa como la mía, vaqueros y cazadoras pero no de las mismas marcas, cuando era niño ya solía jugar con hielo turbio en la mirada y cambiar de amigos como de novias, puertas, puertecillas, puertas, continentes en colisión, al fúlgido crepúsculo del río, puertas que tú nunca abrirás,
alguien que pretende saber lo mismo que yo sé pero que no sabe ni apenas briznas, e non si, Percival? mal le pesara saber, sucio río que no navegarás, todas las noches creo que ya jamás volverá a amanecer,
quién tú eres? valor para enfrentarse a las tinieblas en la fatal fascinación de la más abyecta abominación, mecago en la sombra de mis cojones, alguien que dice lo contrario de lo que él cree que está diciendo pero que piensa aquello que se supone que debe pensar, durante tanto tiempo que no puede ser verdad, chica, qué hora es? eso depende de dónde tú estés y de lo que tengas bajo los pies, más risas en directo, ja ja ja, todas las cosas que debo olvidar perdido en la lobreguez del eclipse de mis cojones, chica, y nadie me salvará,
Enrique, te has pasado una vez más, un alguien que sí que parece que quizá se parezca a mí sin ser en realidad más que una caricatura en la acera cuando está empezando a llover, un trozo de cartón mojado donde el desierto se convierte en mar, sobre la cúspide de la marea con que sueñan las hadas afeitadas, parece que recrece la masa del universo irreal, alguien que ya ha tomado mi lugar, no con mi consentimiento pero sí con mi distante aquiescencia, solo por la pura pereza de no decirle: oye, ya te vale,
mas nadie te salvará, ay, Perceval, y Úther sobre el aliento del dragón ―corre, jinete, cabalga!― va hacia la gruta del cañaveral,
confuso y aturdido tanto tiempo, chica, todas las noches veo un fusil que apunta al vacío, alguien que con su mala imitación, crees que aún puede amanecer? risotadas, ja ja ja, ha convencido a unos cuantos torpes y desorientados de que es lo que no es, cómeme, bébeme, escúpeme, algo que empieza con una erección y en el bosque del crepúsculo gris solo mi subrazón subsiste, y está ya convenciéndose a sí mismo, igualmente torpe y desorientado, más risas en el plató, ja ja ja, Enrique, eres genial, de que es quien realmente no es,
todas las cosas que yo sé ignorar, el tiempo y su gravedad, todo lo dijo la bruja en su cueva, y el reptil en su cubil, mengua la luna antes de medrar, muérdeme, cómeme, trágame, muévelo para mí, nena, nada es tan violento como el amor, camelia obriza, ñipe opalescente nadie escucha, nadie oirá al viejo perro traidor, mueve la bicha, miente, monta y ficha, azul la vela en los ojos del hada trasquilada, jugando al más perverso de los juegos que se han podido llegar a jugar, fatal fascinación de la abyección,
sí, Perceval, la sirena del arrecife susurra su suave canto a la sal mientras la bruja en la gruta recita el conjuro abisal,
alguien que camina absorto y en fila por los pasillos del tiempo, llaves equivocadas, puertas que nunca se abrirán, río de oscuridad, quién es un exiliado de otro universo cautivo en la densidad mineral, por el sur la luz ya vuelve a cambiar, un lúgubre resplandor sella un misterio sin revelación, ―corre, jinete, sin descabalgar!― aunque no te salvará nadie cuando el mundo comience a arder y tus huesos a crepitar, mi Percival … |